La
calle y el abismo: arte, política, deporte y crimen
Joaquín
Ortega
Arte
El arte nos obliga a ver la realidad, por medio del lenguaje de los sueños. El arte emociona, problematiza, incomoda y termina siendo el mejor amigo de la provocación. Hoy lo bello parece quedar en segundo plano. Hay modas que nos hunden en el peor filón de la naturaleza y ante tanta acción primitiva, ni siquiera el más diestro de los artistas puede elevar lo grosero en propuesta civilizada.
Romper imágenes, derrumbar ídolos, dinamitar lugares sagrados requieren incluso de un espíritu fundacional que los criminales de éste show global ni pueden reconocer ni mucho menos ejecutar. Desde los talibanes hasta los Woke… desde los sicarios del lenguaje inclusivo hasta los grafiteros banales de América y Europa… desde la psicopatía que mutila al cuerpo humano hasta la maquinaria que extrae el oro para llenar antieconómicamente anaqueles con artículos, que bien podrían hacerse en suelo patrio….todos esos actores tienen algo en común: lo que los determina a pensar no es la palabra; es a la sazón, la suma de una pulsión sexual y de un baile. Ingenuos, en el fondo desconocen que para machacar la roca hay que tener estilo.
Política
No existe ninguna operación de dominación política que no haya estado antecedida por una estrategia de infiltración cultural y social, a su vez soportada en distintas capas de impregnación mística, simbólica y religiosa. Ritualistas en clave pagana, bajo el esquema de una casuística tribal renombran las viejas ánimas para hacerlas más cercanas, pero sobre todo más inmediatas y efímeras. El muerto notorio llevado a los altares intermedios tendrá la misma función del santo viejo, ahora con nuevo nombre de pila. El malandro de mañana soterrará al de hoy , así como el de ayer lo hizo con su competencia previa. El confesor cristiano es ahora un sacerdote paralelo, responsable ante una serie de diligencias y de trámites que forman parte de la correa de transmisión que se vale, a partes iguales de espionaje, corrupción, chantajes y socios con múltiples caras y fronteras.
Deporte
Mi única hazaña deportiva consistió en dar un batazo que parecía un hit y terminó siendo un rollingcito al pitcher. Por eso, como a cualquier hijo de vecina ver a un atleta en el campo concretar lo improbable me produce una realización ficticia, interior y contundente de que esa atrapada, ese gol o esa canasta es tan mía como del jugador triunfante. Todos admiramos la alianza de genio, mente y cuerpo ajenas como si fuésemos el puño de un gigante quebrando la quijada de un monstruo cruel y eterno.
Nunca está de más decir que nadie quiere exculpar, simplemente queremos entender. Cuando eres un atleta de alto desempeño tu cerebro está intoxicado de endorfinas, por lo tanto, solo piensas en la victoria y en gran medida en el aplauso posterior…en la gratificación al sobrevivir la batalla. Lo mismo aplica para los músicos y los artistas. Ser un atleta admirado, súper pagado, mimado y complacido te convierte inevitablemente en un Rockstar.
Cuando estás arriba en un momento de notoriedad audiovisual, cinematográfica, televisiva o radial sucumbes al Hybris. El ego te come y eres más grande que la grandeza misma. Por eso, caer es inevitable.
Cuando entras a una organización deportiva o musical las normas de las logias se establecen sin hacerse explicitas. Estás dentro de una fraternidad en donde las bromas pesadas son parte de un ritual y diluirlas hacia los nuevos o hacia los que te sometieron a ciertas burlas son parte de la compensación del largo camino hasta la aceptación del grupo.
Volvamos: nadie quiere exculpar, simplemente queremos entender.
Omar Vizquel es el triunfo deportivo y económico de un país cuyo individualidad (a la vez torpe y asertiva) ha vivido una racha extensa de fracasos, frente a una sucesión coagulada de éxitos fúnebres. Vivir un dolor que viene fuera de tu país, incluso estando sumergido en calvarios insondables resulta un sentimiento tan confuso como premonitorio, de lo que pudiera estar al doblar de cualquier esquina para el mundo que nos mira con distancia y sabrosura.
Crimen
El cine canta una heroica ambivalente en A Perfect World (Eastwood. EUA 1993). Allí Kevin Costner (Butch Haynes) hace el papel de un delincuente y secuestrador, que se convierte en la figura paterna de un niño huérfano, criado y sumergido en la dinámica de los testigos de Jehová. Sin poder celebrar cumpleaños o disfrazarse en Halloween el niño encuentra un resquicio a la realidad rígida que lo circunscribe. Todos sabemos que muchas necesidades infantiles deben guardarse en un maletero, del que algún día saldrán olores descompuestos o deudas sin saldar. Ver ese película es completarse como hombre, al saber que adoptar a un padre es posiblemente la primera elección definitiva que hacemos en la vida.
Pero, hablamos de un día cualquier en Venezuela.
Ver a un niño y a un adulto robar a un hombre en cámara parece ser el arco final de una historia en donde el amor y la protección parecen una poema tragicómico a dos voces. Nadie puede enseñar otra cosa que no haya vivido. Dos generaciones se hermanan en un atraco como una alegoría de que también hay un alfa y un omega en la pillería y que tan culpable es el descuidado como los que se agazapan para desplumarlo. El hampa aparece como un hogar que entrega técnica y da oficio. Cada cuarto es una enseñanza práctica, ausente de ética, pero que une bajo el amor más oscuro (el que da la confianza y el trabajo en equipo) Es la historia de un hombre fuerte, hacia su tercera edad; y con él un niño que aprende que los golpes bajos también tienen su tino. A la par en campo raso: caballero desdentado y escudero frágil labran una faena tan viciada que le hace perder al crío una protección peligrosa, pero al fin y al cabo amparo único ante la calle y el abismo que es éste mundo, la calle y el abismo que es cualquier mundo.