Parasite: cuando todos somos víctimas (Bong Jon- Hoo, Corea. 2019)
Joaquín Ortega
“Los pájaros escuchan de día y
las ratas lo hacen de noche”, así reza un antiguo proverbio coreano que parece
reflejar el espíritu de una nueva filmografía atenta al pulso terrible y seco
de los tiempos que corren. Ese dicho pareciera advertirnos que estamos siendo vigilados
un gran espectro invisible, conformado por el resto de las fuerzas vivas del
universo.
MIRADA CÍNICA
Mucho
cinismo, una tenaz precisión arquetípica y una serena disciplina narrativa
describen a grandes rasgos la mirada de Bong Jon- Hoo. Ganar el premio de la
Academia norteamericana con una película que conversa cómodamente con la
literatura y cine universal (y en
especial latinoamericana e iberoamericana) es algo que no debemos dejar pasar
por alto. El argumento está construido a base de bloques que se engranan
limpiamente: una casa, unos dueños, unos inquilinos, una estrategia de ir
tomando espacios y desplazando protagonistas.
Poco a poco, el infiltrado y el trenzado de las decisiones de los
personajes nos llevan hasta caminos inesperados y giros de trama sorpresivos y
ejemplarizantes.
INFLUENCIAS LITERARIAS Y
FÍLMICAS: CORTAZAR, BUÑUEL Y HIGHSMITH
Cuentos
como la Casa tomada (1947) de Julio Cortázar, novelas como The Talented Mr. Ripley (1955) de Patricia Highsmith, llevada al
cine en dos versiones memorables, primero por René Clément (1960) y luego por
Anthony Minghella (1999) prefiguran la atmosfera opresiva y las psicopatías de imitadores
enfermizos, de aquellos seres desesperados que roban personalidades y se
vuelven el otro al que aman, pero que al final del día, deben ser eliminados para
no dejar los rastros de la impostura. Sin duda, la principal influencia que se refleja
en el film de Bong Jon-Hoo es la de la trilogía de la cotidianidad moderna de
Luis Buñuel: Viridiana (1961), La vía láctea (1969) y El discreto encanto de la
burguesía (1972). Es en esa doble conexión entre el mundo exterior de las
apariencias y el mundo interior de los vicios donde late el corazón del
conflicto entre el talento y el ascenso social real. La búsqueda de superación choca contra la
doble pared conformada por la nacionalidad, el sexo, la raza, la religión, el
dinero y ahora la tecnología. Estéticamente esa disparidad (casi que estamental)
impide la superación por el mérito y el trabajo esforzado, haciendo que explote
en la cara del espectador una sucesión de abusos, pero también de complejos que
son tanto más envidia que instinto de superación. La metáfora visual nos va
abriendo las capas para ir descifrando, casi que psicoanalíticamente dónde
empieza el inframundo de las pulsiones y dónde vive la racionalidad que reprime
tanto a la furia, como a los apetitos contenidos en los cuerpos.
LA PUESTA EN ESCENA
La
puesta en escena es minimalista a ratos, claustrofóbica en otros momentos,
paisajista y estética con líneas modernas… robusta en materiales flexibles y
frescos (clave es el uso de la madera, de los cristales, de los ventanales y
las escaleras) que ligan con las historias individuales o corales. Los espacios
son también un manifiesto de cultura visual del director, entre los cuales
figuran movimientos de cámara y escenarios a lo Alfred Hitchcock, a lo Jean-Luc
Godard, a lo Brian De Palma y a lo Steven Spielberg. Incluso contemporáneos
brillantes como Alexander Payne, Yorgos Lanthimos y Ari Aster desde el lado más
occidental o compatriotas como Park Chan-wook, Hong Sang-soo o Na Hong-jin del
lado asiático.
ALGUNAS DE SUS OBRAS
El
crecimiento de su narrativa audiovisual ha sido constante y robusto: Barking Dogs Never Bite (2000), Memories Of Murder (2003), The Host (2006), Mother (2009), Snowpiercer (2013), Okja (2017) muestran un cine elástico y expresivo que
conjuga géneros y temáticas contemporáneas: control de natalidad, locura y
hacinamiento, adaptabilidad social, los límites de la modificación genética, el
abuso de la propaganda política y los clásicos dramas del hombre contra la
naturaleza…o el mundo exterior contra el espacio íntimo de las personas.
FÁBULA DE LOS MIEDOS
En
Parasite el espectador se enfrenta a
un fábula visual y física. Parece redundante, pero la arquitectura emocional es
evidente ya que cada pasaje, cada cuarto, cada lugar para la observación o el
escondrijo sirven para revelar psicologías y agendas dobles. Con los giros de
trama, poco queda para la narración tradicional. Cada cambio de juego engarza a
los personajes en sus propias costuras sociales, pero sobre todo biográficas Al
parecer, todos son incapaces de abrir los ojos, incluso cuando ya es demasiado
tarde. Estamos frente a una película que habla de la persistencia necia en el
error.
Una
sucesión de miedos, trampas y ambiciones cruzan de arriba abajo ésta
tragicomedia que nos mueve del dolor a la risa, circula por el suspenso,
redescubre la crónica y se instala en nuestros sentidos desde un recelo irreal
pero posible. Parasite es del tipo de
obras de arte que despierta una voz asfixiada dentro de nuestra cabeza y que
dice: “eso pudiera pasarme a mí”.
@ortegabrothers
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TL;DR
Ze
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