Sunday, July 10, 2011

Humor, memoria y plagio


Humor, memoria y plagio

Joaquín Ortega

“Los escritores de humor vivimos de nuestra buena memoria… y de la mala memoria de los demás”, me dijo, en un pasillo intransitable de RCTV, Germán Parada mi primer productor en Radio Rochela. Por eso, continuamente, cuando se asume el negocio profesionalmente, se les ven las costuras a los diletantes que se hacen llamar -sin una biografía mínima detrás- “escritores de humor” o “comediantes” o “humoristas”. A la luz, salen las fuentes no citadas, las transcripciones de blogs ajenos, las traducciones de humoristas foráneos poco conocidos, las rutinas iniciadas en cadenas de internet -y luego aclimatizadas al público local-, el copy paste de programas de TV y radio de culto… y pare usted de contar.

El oficio de escritor de humor -y su permanencia en él- no es una realidad que se decreta, como si se tratara del capricho de un tirano todopoderoso. El trabajo de este particular tipo de autor se vive todos los días y se demuestra con el tiempo en el ruedo, con la trayectoria y el average. La página en blanco nunca es una mera página en blanco, en manos del creador de situaciones humorísticas, es un reto y un logro frente a la propia repetición y frente al mercado.

Escribir y recordar las obras ajenas y propias es parte de una condena intelectual que sufren los hombres y mujeres que creativamente generan comedia para ellos mismos o para otros profesionales. Es la maldición del historiador -que no del memorioso, a lo Borges- que se repite en la literatura y en la vida real. El burro de Animal Farm de George Orwell es condenado a muerte, porque su lucidez resulta inmune a la propaganda oficial, y en especial, a los dos vicios clave de la manipulación histórica: la antedatación y la sustitución. Saber citar es lo que distingue al investigador del ladrón de ideas, referir con elegancia coloca al artista en el plano del homenaje, sacándolo del universo del robo. Conocer las influencias es una tarea fundamental de cualquier persona que trabaje con productos culturales -¡y ojo! no se trata de convertirse en un cuidador de museos o en un profanador de tumbas- es una tarea viva, que se basa en una tradición de lenguajes, códigos, motivaciones, y tareas internas del creador, frente a su obra y frente al público. Todo creativo se apoya en su capacidad de inventiva y de relacionar mentalmente eventos, momentos y frases. No puede haber un Tarantino sin Lynch ni Leone ni Peckinpah, como tampoco puede haber Lynch sin Hitchcock o Wise, ni Leone sin Huston o Fonda.

Ser original no es una tarea imposible. El talento ejercitado y la faena continua son la mejor vacuna contra el plagio. Eso sí, siempre es bueno resignarse, porque al final los chistes son como los poemas: no le pertenecen al que los escribe sino al que los necesita.

joaquin@ortegabrothers.com

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