Partes privadas:
¿me quedo o me voy?
Joaquín Ortega
Si no tiene sentido del humor no pase
Ironía (def): dícese del plato mental,
risible y agridulce solo degustable por la aristocracia del pensamiento. Clases
medias incultas, nuevos ricos, marginales del alma, igualitaristas sociales
formateados en Hollywood, extraviados en glorias pasadas y congelados
intelectuales, por favor, abstenerse de su consumo.
Uno se queda en un restaurante por el
ambiente o por la atención. Sí se ve limpio, sí huele convenientemente, sí
resulta agradable. El nivel de simpatía hacia el lugar -y hacia el momento-
aumenta sí te tratan de manera cordial. De la misma manera, valga la imagen, uno
se mantiene en una relación de pareja por el ambiente, por la atención… o por
ambas.
Nada peor que los excesos en un restaurant, y
no nos referimos a los precios -que eso ya es cosa de una aritmética más
cercana a la astrofísica que a la economía familiar- sino a la capacidad de
servicio del local. Un mesonero obsequioso, por no decir ladilla, es el que
cree que colmar la copa es buen servicio. Llenar el vaso de whisky con hielo y refill cada 30 segundos no es atención;
son simples ganas de rascarte, para que te pongas en modo reyezuelo y pidas el
siguiente frasco. Creer que ponerte “alegre” en tiempo récord es el mejor
negocio del planeta, solo habla de lo acertada de la frase: pan para hoy,
hambre para mañana.
Un mesonero decente debe profundizar en el
desiderátum del mayordomo promedio inglés –pensemos en Alfred,
maestresala de los Wayne o Jarvis, fiel servidor de los Stark-, esto es: “que
se vea la pintura, pero que no se note el pintor”.
Y es importante, que aún teniendo todos los
números en contra de la cultura o la moderación, insistamos en la actividad
civilizatoria como forma de vida.
Ya sabemos que hay una nueva fauna Neoboleada que visita cualquier
restaurante promedio y lo convierte en su zona liberada de turno. Los descubres
por el look, los accesorios y por el
combo afianzador del estatus. ¿Cómo se visten? Colaboremos a partir de algunos Starter Pack que ya son memes clásicos:
camisa Columbia manga larga, metida
por dentro del pantalón; collares o pulseras santeras –con o sin pepitas de
color o en su versión, a base de orfebrería caracolera-; uno o dos bolsos,
casi siempre Victorinox, zapatos y
pantalones feos, pero importados –comprados regularmente en Aruba, Curazao, Panamá
o Miami-; afuera del local: dos o tres guardaespaldas, que pasan el sol y el
hambre hereje y que solo responden al nombre de “curso”, junto a un motorizado,
adicto a los SMS que escolta a la
camioneta blindada.
Al sentarse a la mesa aplica el ritual: sacar
tres celulares de última generación –un Huawei,
un IPhone y un Blackberry para no perder el PIN, que pudiera haber bajado, sí
supiera lo que es una App-; despliega
un porta habanos de doble cañón, con puros de 100 dólares el promedio, y que,
valga la exageración, coloca al lado de un Churchill
en su estuche de esplendor socialista.
Arranca la fiesta con una botella de 18 –o
25- años de whisky. Hágase la salvedad
que este espécimen -no importa donde vaya- pide siempre lo mismo, por eso desde
las taguaras más populares, hasta los de estética Cuisine arman su “kit corrupto”, al cual cariñosamente llaman tras
la cocina, aquellos que viven con menos del sueldo mínimo: la “Tropilonchera
endógena”. El Ipad también aparece,
de vez en cuando, para recordar junto a la hetaira de turno las fotos en el full day en Los Roques… o el taller de
afinación ideológica, dictado en los hoteles de la corona española en Varadero.
Durante su larga estadía, en donde el
botiquín se convierte en despacho –a la vieja y criticada usanza adeca-
visitarán a nuestro prócer, personajes
de distinta ralea: office boys de colectivos,
“gochos burócratas” –que es la manera, como los nuevos funcionarios públicos
llaman despectivamente a las personas, que se visten con algo distinto a la
franela de marcha de turno, incluya dentro de ese apelativo a las oficinistas
aseadas y en tacones-; y claro está, no
hay que olvidar al más importante de los visitantes: el agente de servicios
financieros, quien le echa el cuento, de cómo va engordando la cuentica de
ahorros en los paraísos fiscales.
Que no nos tome por sorpresa, el hombre nuevo
junta todas las raciones en el plato, las pica y entrompando de jeta su sambumbia, deja ver diferentes
pistolas, pacas de Bolívares Fuertes y dólares –en formato ladrillo- desde el
koala. Por lo pronto, entre curda y papas millonarias, estos otrora eternos
soñadores frente a vitrinas de Bahia’s
adelantan su tarea de expulsar al viejo imperialismo anglosajón, para abrirle
la cancha a la nueva hegemonía habanera y china. Ya tú sabes –que nunca “ya
sabes tú”- : una propina… dos propinas… tres propinas… como si la mesa tuviera
sabor a Vietnam de Lego.
@ortegabrothers
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