Monday, June 08, 2015

Se dicen malas groserías, pero aquí no. Bares y códigos de conducta.




Se dicen malas groserías, pero aquí no. Bares y códigos de conducta.
Joaquín Ortega

Andar a pié en Caracas, una ciudad en donde llegar tarde es una costumbre –incluso hasta bien vista- obliga a desarrollar ciertas experticias peatonales: encontrar cobijo en tiendas donde no se cobra por mirar, desplegar una visión lateral e intuitiva, frente a automotores que viajan a contravía, hacerse pasar por un entrenado vecino de un barrio recién descubierto, aún a sabiendas de que se está perdido. Igual pasa sí se anda en automóvil -o sí se vale el ciudadano, del transporte público que mejor le convenga- En fin, saber guarecerse del sol, la lluvia y de personajes sospechosos es todo un arte tan ancestral, como posmoderno.

De lo irreal, pasamos a lo grato, y de allí otra vez a lo extraño, así que para contar algunas historias urbanas, es necesario inocular en el sistema citadino ciertas dosis de verosimilitud: en pocas palabras, hay que aceptar la aparición, frente a nuestros ojos de ciertas islas de paz, casi salidas de un cuento de las mil y una noches -o de la mente arquitectónica de algún adelantado de los no lugares- donde por obra y gracia de ciertos néctares, se desinhibe la mente, pero no la lengua.

Bares de buena palabra

Para muchos beber es un acto social, en donde el chiste le da paso a la confesión, la algarabía se conecta con el llanto o simplemente se viaja sin frenos -y sin temor al impacto- hasta una tierra en donde el grito, el asesinato selectivo de canciones populares y la mofa propia -y ajena- se revuelven cual huracán de efervescencias y anécdotas. Pocas comarcas como el bar para representar una negación de nosotros mismos o para actuar bajo los parámetros de nuestras inconsciencias, desmanes y abandono de acartonamientos.

Entre buenas y malas groserías

Como la vida nos enseña, una cosa es lo que parece el cofre y otra cosa es lo que guarda en su interior; así, en Caracas dimos con tres rellanos, que separados de la natural beligerancia callejera, comparten con el público su extraña naturaleza de sombra, sonido y frescura.  Tres bares, cafés, restaurantes que le dan al huésped temporal una estadía con personalidad y saborcillos…y sobre todo un chance para las palabras, bien o mal dichas, mal o bien pronunciadas, eso sí: alejadas de groserías, palabrotas e insultos. Es la verídica visita a templos del beber –y hasta del juego- en donde un código no escrito de conducta verbal se impone entre los presentes.

La Vaquera

La Vaquera es un negocio familiar en Los Dos Caminos, Municipio Sucre, uno de los últimos reductos de un local con puertas batientes. Se llama así porque los visitantes –casi siempre hombres jornaleros, comerciantes de café y tabaco- ataban frente al local a sus caballos y carretas, hasta bien entrada la primera década del siglo XX. Algunos lo llaman simplemente “El Vaquero”. Las reglas son básicas, algunas escritas, otras no. Se pueden impartir de inmediato, se van conociendo, al volverse asiduo o por el sentido común. Así habla uno de los que despachan: adentro no se sueltan groserías, no se fuma, no se alza la voz, sin necesidad. Se pueden berrear canciones –desafine usted o no- hasta no más allá de las 9 de la noche. Si no ha terminado su tercio –cervezas- o tragos, cuando se indique que se va a cerrar, no debe apurar el trago. Siempre se permiten unos minutos para el pago de las cuentas y la satisfacción del cliente, a quien nunca se le desea que se vaya atragantado o apurado.

A la hora del juego: dominó -a veces baraja española- el lenguaje corporal, así como el de las manos es clave. Reanuda, mientras observa de reojo, el futuro vaso vacío de un cliente: los gestos obscenos deberán bajársele dos. La participación en el esparcimiento es sin apuestas de dinero ni uso excesivo del doble sentido. Usted dirá, que parece un colegio o el casino de una escuela de oficiales. La diferencia es que nadie usa uniformes. En la Vaquera, sin duda el respeto se desliza naturalmente, no está formalizado por jerarquías, más allá de la civilidad de cada concurrente. 






Dime dónde bebes y te diré quien eres

Del ánimo de una barra o de una mesa despejada, se puede saber de buena tinta, tanto o más de la psicología de un personaje, sin pasar por la penuria de leer una sinopsis televisiva o cinematográfica. De hecho, desde hace un buen tiempo, los narradores visuales estudian al local, al lugar donde ocurren las acciones como un sujeto aparte y contingente, es un protagonista adicional: ¿Qué sería de un actor en el infierno, sin el infierno mismo para llevar adelante sus acciones?

Los locales que elegimos, para que sean una casa para la bebida y el refresco, hablan de nuestras necesidades humanas. Podría decirse que hasta median diplomáticamente entre los interlocutores y esas áreas, poco menos que sorpresivas de cada personalidad: el charlatán, el ambicioso, el conspirador, el incansable o el derrotado se dejan ver a partir del tercer trago –o hasta antes- Sentarse en una mesa para dos -sí se pretende una cita romántica-,  hacerse de una mesa al final del local –la llamada “mesa puerto”- que permite divisar tanto a náufragos, encallados o vagabundos;  volverse codiciosos y tomar cuatro puestos, cuando se es un solo comensal; sentarse -y sentirse- al final del día, al menos un poco más ligeros y distanciados de lo que nos pesa. Todo esto le da un aura indiscutible a un bar.

La Vaquera somos todos

La fidelidad es clave entre clientes y proveedores. Un negocio al detal relaciona personas, fortalece y repite emociones, genera recuerdos, vende una experiencia de marca, al gusto de cualquier gurú del marketing contemporáneo. Es un peer to peer antes de que inventaran el término: aquí, tenemos una entrega y un cuidado por el local. Ha pasado de padres a hijos, de hermanos a hermanas. Todos sabemos las reglas básicas de llevar adelante un negocio: arqueo de caja, puntualidad, respeto a los proveedores, manejo de la cocina, limpieza y seguridad. De lo que nos sentimos más orgullosos es de nuestros clientes fieles,  en criollo, ellos mismos se llaman los “puesto fijo”. Muchos vienen a una hora exacta, piden lo mismo de siempre y se van antes de cerrar. A veces, colaboran con el arreglo de sillas y mesas, aunque su estadía aquí siempre será para servirlos en todo. A quienes más queremos es a los adultos mayores, clientes que han estado con nosotros 40 y pico de años, otros un poquitico más. Los buscamos en su casa, los sentamos en sus lugares de preferencia, están con nosotros buena parte de la tarde, y los llevamos de vuelta a sus casas, hasta su próxima visita. Como se nota, son los devotos de un templo para la conversación y las señales sensibles.

Las paredes son películas eternizadas

Como en las buenas pelis, en las repisas, los cuadros, las paredes y las esquinas aparecen significados nuevos, por eso hay que verlas varias veces, por eso, solicitamos al lector que se una a la parábola de las películas, que por ser repetidas se vuelven gradualmente amadas, justo como aquel viejo y ruñido cojín del hogar. Los afiches taurinos, se mezclan con posters de marcas fuera del mercado y de festivales ochenteros de teatro… calendarios añejos, de diseño clásico, comparten vitrina con los de sensación vintage, decolorados un poco por las miradas, otro tanto por el sol.  

Un buen bar es un mito incesante y silencioso –audible y sensual, aunque cueste creerlo- ¿Qué cuenta?, ¿Cómo lo cuenta?, ¿Por qué lo cuenta? Es el mejor lugar para travesear con el existencialismo etílico, ese que se olvida, o mejor dicho, solo se recuerda en breves instantes, en aquel posa vasos… en esa singular esquina…sobre tal o cual taburete, y en especial, con el rebote de luz cómplice, que nos confirma el valor del repaso o nos violenta a la maniobra del desdén.

¡Que pase el perro!

Esto es una tradición de familia. Los animales pueden entrar, los perritos sí son como sus  dueños: calladitos y aseados. Son bienvenidos. Aquí en La Vaquera hay amistad. Cierra con seriedad nuestro amigo.   

El Caffé Piú

 

Hay espacios que baten a la desilusión, donde te sueltas el cabello y te das paréntesis para seguir adelante. Cuando encuentre uno de éste tenor, cásese con él. En el mar de transformaciones que han sufrido los municipios caraqueños, en los últimos 20 años, se siente con agrado la incursión de la belleza artística y el trato delicado al paladar.  Las noches y los días se llenan de la energía de intervenciones plásticas contemporáneas en albardillas, columnas y contrafuertes. Es donde rezuman el efluvio del café y el bálsamo del vino y se enfrenta el paladar a postres y  bruschetas. Quien tras la barra dispone las infusiones, oficia a viva voz -o con micrófono mediante- una ritual de alegría y optimismo diario, que pincha al ensimismamiento activando las pláticas, invitando a la lectura, al juego, a la observación de que el destino es una fe activa en la construcción del hoy, de manera realista.

Ciertas normas se mantienen: buen proceder, buenas maneras, no hay que comprar nada para revisar los libros. Es lo primero que nos responde el dueño. Bellos y en varios idiomas, los vemos reunidos en una biblioteca casera, cruzada por la poesía, los textos de viajes y ensayos que invitan a la reflexión, la autogestión y el branding yourself. En una esquina la música, salida de un monitor acompaña un desfile playero. El tecno salpica a las  modelos en traje de baño, y le da pie al oficiante, tras la barra, para mezclar algo más que café con leche: en un cross fade profesional, lleva la música electrónica hasta el pop venezolano. Con Yordano repite: ¡algo bueno tiene que pasar, gente!

Ya es de noche, pero no hay que irse

No será lo mismo la noche que el día, la tarde le pasa la antorcha a bebidas refrescantes. Rostros desconocidos se unen en mesas cercanas a los de anclas y entrevistadores televisivos de un naciente canal de noticias por streaming -VerTVNoticias- En distintas posiciones universitarios, vecinos y amantes, pasan el tiempo mientras sonríen y esperan que el tráfico baje en las autopistas a esas horas tumefactas.

Sagrado y obsceno

Tratamos de llevarnos bien con el público, con  nuestros vecinos. Nos importa la forma como nos comunicamos, porque hay jóvenes y niños que pasan cerca y escuchan lo que aquí se dice. Vienen señoras con sus hijas a tomarse un descanso. Aquí se venden dulces y refrescos. Al Papa Francisco en un pelón, en un desliz, del idioma italiano dijo en medio del vaticano “Cazzo” por “caso”. Sí a alguien se le sale una grosería sin querer se le pasa a la primera, pero si insiste en decir malas palabras seguidas, sabe que es mejor que las diga en la calle.

Efectivamente, no sabíamos del desatino, investigamos y el Papa Francisco confundió caso con cazzo en plena alocución el 4 de marzo de 2014 en la plaza San Pedro. Roma se hizo la loca, ergo, causa finita.
 
Che Pepe

Almuerzos de ración gorda y nada de doble sentido

Al Che Pepe se viene por sus platos grandes. Los venezolanos comemos primero por los ojos y la “papa bien resuelta” es un indicador de calidad y de buena propaganda. Los batidos de frutas no son aguados y las cervezas siempre están frías.

Me confiesa un vecino de mesa, quien comparte la misma elección de pabellón criollo, que mi acompañante y yo: Fíjate hermano, este sitio es maravilloso. Parece una vaina de otro país o de otro mundo. Yo vengo aquí con mi suegro a almorzar y se le nota contento. Él es evangélico y nunca ha dicho un coño ni en casa ni en la calle.  Este lado de aquí, es un rincón distinto. Lo dicen hasta los musulmanes, en el sagrado Corán, allí se está en contra de espiar, maldecir y utilizar malas palabras. Se que también está prohibido en la Biblia, en Efesios 5:4, me dijo mi suegro.

Escucho a lo lejos un ¡nada de chistecitos! Luego unas risas en voz baja… y sigue el ritual de pedir otra cesta de pan, un nuevo refresco de cola y una fría vestida de novia

Estamos entre la Candelaria y el Nuevo Circo, en la esquina de Ánimas. En esta calle larga y transitada hay de todo: desde caucheras y licorerías hasta talabarterías y ventas de lotería. Los muros de las calles soportan altos niveles de movimiento y a veces olvido. Así vive Che Pepe

Cuando la ironía es tan peligrosa como el silencio

En tiempos en donde la emocionalidad es un arma política para la desunión y la incomunicación, ser tanto un hablador directo, como indirecto se ha vuelto un peligro. Hasta el bufón corre peligro, en ese tipo de cortes donde se resignifica –manipula, enreda y desenfoca- hasta el contenido menos mal intencionado. En la calle, pocas son las audiencias que buscan consumir ideas por encima de la media, muchos ciudadanos solo quieren regodearse en bromas, que no sean más que meras simplezas o juegos de palabras manidos. El escape de la carcajada también se ha vuelto peligroso. Por el lado de los que buscan la risa fácil, serán las inmediateces vinculadas a esa torpeza ensayada por los poderosos -quienes consistentemente van manejando el poder político, como una empresa personal que cimenta su propia ilegalidad fomentando las infracciones ajenas- la comidilla de su hoy. Mañana se olvidan, pero el lugar donde se escucharon queda.  Allí es cuando el bar también se vuelve un lugar para la crónica, para el levantamiento de los orígenes, para encontrar la partida de nacimiento del chiste político que con el tiempo cambia el nombre del gobernante para rematar en el mismo final de slapstick o de frase digna de la picaresca española. En Che Pepe son francos: les agradezco que los chistes políticos los guarden para su casa o el pasillo donde se fuma.  Aquí  vienen es a esconderse de sus mujeres. También hay que respetar a los funcionarios públicos y a los que están con el proceso.

La gran pregunta, por qué no dejar que la gente se divierta con chistes blancos, aunque tengan tinte político. La respuesta no tarda en llegar: Yo tengo 39 años en Venezuela, llevo escuchando los mismo chistes de presidentes, lo único que hacen es cambiarle el nombre a las esposas y ahí está otra vez, la jodedera, como si fuera nuevo.

Lo que dicen los comensales

Simón se guarda sus malas palabras, al volante de taxi. Es licenciado en Estudios Internacionales, pero la crisis lo llevó a explorar otras formas de supervivencia. Comenta desde una mesa del Caffé Piú: Bello Monte no es Baltimore ni es Fergusson, tampoco Kiev. Pero todas se alzaron frente a gobiernos y uniformados, por diversos motivos.  

Mauro agrega: en las protestas del 2014 los excesos de la Guardia Nacional afectaron a todos los vecinos. Un efectivo lanzó lacrimógenas hacia apartamentos del primero y segundo piso. Una pareja de profesores jubilados de la Universidad Central de Venezuela, comunistas de toda la vida, perdieron a 5 perritos que cuidaban como a sus hijos, cuando les quemaron el apartamento. Siendo los más amables de la zona, terminaron mudándose de país. Aquí les picamos una torta y le hicimos su despedida, junto a los que todavía tienen hijos presos por salir a reclamar, frente a un gobierno que ni los profesores pudieron justificar.  

Alberto es colombiano, tiene 5 años almorzando en Che Pepe, al final de las tardes, cuando hace calor es la mejor parte de su día: me fajo a jugar dominó hasta que va cayendo el sol…después me fumo un cigarrito, que compré detallado y me voy caminando hasta el Metro de La Hoyada. 

Gerardo es de Trujillo, trabaja como camarógrafo de televisión: si hay que esperar que venga el Metrobús, nada mejor que refrescarse al menos una hora en el Caffé Piú. A veces, dejo una botella de tinto por la mitad y me la voy terminando entre pautas y pasapalos, en la semana.

En La Vaquera, Cecilia va con su novio, un motorizado, que conoció allí mismo, y que deja de trabajar antes de las 3 PM. Su nueva casa, queda en un barrio cercano a Chacao, en los pasillos de las vecindades, articula mientras le pone hielo a su vaso: en la casa me calo un montón de vulgaridades de boca de mis tías y sobrinas, de las que jamás soltarían en La Vaquera.

 Cada local un plato. Cada plato un mundo

En cada local muchos buscan el gran plato, el sabroso a toda prueba, el mejor presentado. Alimentarse por saciedad o por línea de un continuo. El espectáculo es total.  Los locales son un carrusel de los visitantes, dice el portu de mayor edad que atiende, los miércoles el Che Pepe. El verdadero mundo está detrás del mostrador, dice el timonel del Caffe Piú. Aquí a las mujeres jóvenes se les sigue tratando de señorita, en lugar del popular “chica”, de moda en estos días, apunta sonriente una de las dependientes de La Vaquera.  

¿Cuántos vamos con la boca sucia?

No se sabe sí en estos disímiles locales han leído el manual de urbanidad de Manuel Carreño quien en el capitulo V – “del modo de conducirnos en sociedad”, en su articulo I- detalla la importancia de escuchar y de darle a la conversación elementos de respeto al otro, se aconseja acerca del volumen de la voz, y de los tópicos que deben tratarse a la mesa, de la correcta dicción e incluso de la necesidad de no mostrar ni el bolo alimenticio ni mucho menos, hablar con la boca llena.

Adiós a la grosería

La grosería se va quedando sola, parece vivir lo que un personaje del género romántico: quiere estar con el amado, es decir con el grosero, pero le toca convivir con quien no la desea, incluso con quien la desprecia; la perfecta comunicación vive un conflicto de culebrón sin comerciales de jabón en el medio. 

Intuimos -por no decir que sabemos, porque también lo somos- que el caraqueño promedio se desata en malas palabras dentro de sus automóviles y fuera de ellos, poseídos por los malos dioses del volante; sabemos que condimentamos con ingenio las invectivas arrojadas desde las gradas de los estadios de beisbol y futbol; las mujeres aumentan su nivel de vulgaridad en las despedidas de soltera; las cadenas presidenciales aumentan los niveles de incredulidad, mordacidad desbocada y mal hablada en Twitter; una grosería después de un golpe de martillo -o del choque de un dedo del pie contra una mesa- resulta mucho más liberadora que esperar por el alivio de compresa fría. Los piropos que usamos nos definen tanto, como las blasfemias y genitalidades verbalizadas que liberamos, y que son, un escape natural de nuestro aparato anímico.

En este recorrido triangular por tres puntos donde las buenas palabras y el sentido común parecen ser la regla de un mundo anarquizado por la vulgaridad y las persecuciones a la libertad, pareciera  que beber no es problema, sino lo que se hace con la bebida en el cuerpo y el cerebro. Al decir de muchos, habría que seguir la conseja de Jonathan Swift: bebo poco, olvido mi vaso a menudo, aguo mi vino y me retiro antes que los demás, lo cual creo que es una buena receta para la sobriedad.







@ortegabrothers
Fotos de Saúl Uzcategui

No comments: