Cine para 2
El club de la infancia difícil
Joaquín Ortega
La niñez está plena de
grandes emociones, solo comparable a los enormes desafíos adultos. Las familias
ofrecen lo mejor que tienen o simplemente lo único que pueden dar. Así el crecimiento
es un viaje a la independencia, al autodescubrimiento, a la complicidad, a veces
a la negación, pero en especial, resulta un canto a la camaradería. En dos
films con registros distintos, la infancia se vuelve un lugar donde los
recuerdos invitan a un escrutinio de la mejor época del mundo, ahora desde los
ojos adultos. It basada en la obra de ficción de Stephen King
y The Glass Castle, autobiografía de
Jeannette Walls tantean fibras humanas con precisión y brillo.
It. (Andrés
Muschietti. EUA, 2017) Es la nueva versión cinematográfica que se hace del libro
Eso de Stephen King; la dirige el
mismo argentino responsable de Mama (EUA
2013) -en su versión corto y en su formato hollywoodense- It narra las desventuras
de un grupo de preadolescentes, quienes tienen que enfrentar sus propias
malandanzas diarias, pero a la vez corren con la terrible tarea de plantarle
cara a una criatura maligna que, al parecer,
ataca cíclicamente a los niños de
su población.
En un tiempo apretado se puede llevar a buen término la adaptación
–claro está, con ciertas licencias que todo fan hará notar- de la primera mitad
del libro. Los niños conocen el horror de primera mano y lo superan, solo para
tener una especie de recreo muy tenso, mientras crecen y deban concluir con lo
que dejaron a medias.
Ciertos temas siguen vigentes: el abuso sexual, el racismo,
la violencia colegial, las verdades a medias, y en especial, la herida del
crecimiento con poca o nula comprensión de unos padres tan inexpertos en su
tarea, como pueden ser los niños en su rol de hijos.
La estética se retuerce entre los mediados de los ochenta y
algunos guiños a los años 90. Abunda una paleta de colores brillantes y vivos
–incluso en los momentos con más tendencia a la oscuridad- el vestuario explota
de la mejor manera una feria de colores carnavalescos, un tanto más
renacentistas, que en aquella versión fílmica donde el primer Pennywise -el payaso asesino- se
nos presentara de la mano del inolvidable
Tim Curry. Bill Skarsgard genera, a puro pulso, una versión plausible
dentro de ese mundo de gritos ahogados y miedos personalísimos.
A lo largo de las secuencias no se siente ningún momento
desaprovechado: objetos de época, bailes de moda, dulces, jingles de TV, todo
tiene su justo lugar, así como esa oscura tensión que nunca deja de estar
presente, incluso en los momentos más intimistas y humanos. Fobias infantiles,
pesadillas adultas y confianza en la amistad son apenas una parte de la
argamasa de una película que pudiéramos sintetizar como efectiva sin
efectismos.
Actúan Bill Skarsgard, Jaeden Lieberher, Wyatt Oleff y Chosen
Jacobs, entre otros actores jóvenes y adultos, quienes llevan a feliz término
una historia de terror contemporánea, y que en definitiva llegó para quedarse
en el imaginario popular. Puntuación 5 sobre 5.
Glass Castle. El
castillo de cristal (Destin Daniel Cretton. EUA, 2017)
Una familia es en sí misma una casa intangible. Cuenta en su
fabricación con paredes y bloques invisibles, ladrillos emocionales e historias
compartidas que terminan siendo su argamasa y mayor fuerza. La vida de los
Walls está llena de momentos de profunda poesía y de inevitable desencanto.
Jeannette junto a sus tres hermanos crecen en la más maravillosa de las
aventuras: no hay horarios, no hay reglas, no hay más que tiempo para jugar,
pero al lado de éste utópico día a día, se esconde un atribulado desapego a la
realidad ya que solo abunda el hambre, el frío, la miseria y el bamboleo emocional.
La película va narrando, con un sincrónico uso de los flashbacks, cómo la joven adulta y exitosa que se gana la
vida escribiendo reportajes, tuvo que sacar fuerzas -de dónde no las tenía-
para abandonar un nido emocional, que la hacía sentir bien a ratos, pero que
resultaba claramente tóxico.
Los procesos de descubrimiento de un tierno y brillante padre
-quien en realidad es un alcohólico depresivo y abusador- y el encuentro con
una madre artista, cuyo único método de vida es la irresponsabilidad
sistemática, hacen de ésta experiencia visual un continuo ejercicio de llanto
contenido y admiración ante la superación individual y el apoyo entre hermanos.
Ninguno de los papeles merece ser desestimado, tanto los
niños como los personajes adultos nos empujan a preguntarnos de qué se trata
realmente la riqueza espiritual, frente a la vida real y tangible, y cómo ciertas
fantasías sobre la vida “al aire libre” pretenden venderse como absoluta
felicidad. Ver a alguien comer de la basura en la ficción nunca será lo mismo
que presenciarlo en la vida real, pero ambas llaman la atención sobre los
límites que se desbordan, cuando se vende al desapego como filosofía y no se
tienen los pies en la tierra para orientar a los más débiles eslabones de un hogar disfuncional.
Actúan: Brie Larson, Naomi Watts, Woody Harrelson, Sarah
Snook y Max Greenfield entre un excelente reparto profesional y novel.
Puntuación 5 sobre 5
@ortegabrothers
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