Humoradas
Si
te vas porque te vas, si te quedas porque te quedas
Joaquín
Ortega
Nadie está contento ni lo estará, ni consigo mismo ni con
el mundo. Métele yoga al cuerpo, métele autoayuda al alma, métele
antidepresivos al coco, naturales o empaquetados, trote si quiere hasta
sentirse bello –o quedarse muñeco en el intento-, pero sepa que toda felicidad
es pasajera, y tan efímera, como la fuerza del billete que lleva en el bolsillo.
Complacer a otros, es un negocio tan malo como tratar de
enseñarle buenas maneras a un patán dolarizado, rodeado de escoltas con más
complejos encima, que autos de detención de la cuarta república. Así que, relájese y asuma de una vez que su
vida es suya, hasta que los papeles de matrimonio le revelen lo contrario.
En este mundo globalizado, repleto de gente que quiere
ser famosita y millonaria en redes sociales, fracasar no es una opción para el
relanzamiento de su proyecto existencial, sino la parada definitiva en la
carrera de la vida. La gente estructuralmente floja, también es llorona, para
ellos, un rasguño resulta en amputación,
y cualquier reinvención profesional, puede ser, poco menos, que traumática.
Casi que, los deja moviendo el coco como Hillary Clinton, en fase de episodio
neurológico.
Frente a los que desean tomar al toro del mundo por los
cachos -sin ni siquiera preguntarse qué es un toro, ni mucho menos investigar
el objetivo de las astas del bovino- se paran erguidos otros grupos, no menos
desubicados que el primero, quienes intentan decirle, al que tienen enfrente,
cómo debe vivir su vida. Veamos algunos de ellos, todos habitantes de su
edificio… o del de al lado:
Los vecinos solitarios: en este conjunto de rarezas
humanas encontramos a los panas – o señoras- que viven solos, desde 30 años más
o menos – Si te ven, ofrecen el mismo consejo: ahorre y cómprese un perro o un
gato. Mentalmente te están diciendo: “si son disecados los animalitos, mejor… y
cúbrase con un sweater dos tallas más pequeñas que usted, para no llamar la
atención de los zamuros”
Los vecinos tumultuarios: este grupo lo conforman los
extranjeros de exigua pelambre, y gente del interior con recuerdos confusos que
mezclan caídas de escaleras mecánicas con deslaves. En las soluciones
habitacionales, en las que residen, rompen con todas las leyes de la física y
logran meter, en lugares óptimos para dos personas, al menos 8 familias con
mascotas antediluvianas, gaveras, repuestos del Metro y enfermedades olvidadas,
por cualquier libro de medicina moderna.
Los educadores de la molicie: estos personajes, dan el
mejor ejemplo que un hombre puede darle a un menor de edad. Solo se ven en
aéreas comunes paseando perros, fumando cigarros de marcas puyadas como
“Bertmon”, “Piserroy”, “Balmoro” y “Castor, Estra Suabe”. Cada vez que tocan un
timbre, el individuo aparece como por arte de magia, para fijarse si quien ha
pulsado el interruptor es un energúmeno en interiores o un vendedor de parcelas
del cementerio.
Los recuperados: este es el conjunto más divertido, son
los ex drogadictos que en su afán de enmendar la plana de sus abusos corporales
-y permanente robadera de partes de carros de los inquilinos- ahora, se venden
como gente metida al fitness, la nueva era, la maricura senil o la sapería
revolucionaria.
Los neo dañados: son viejos treintones que descubren los
alcaloides demasiado tarde en la vida, y uno solo espera que suban las
escaleras jalados, para ver como sus corazoncitos se ponen en línea directa con
el desfibrilador sin enchufe de algún hospital público.
Los filósofos reyes: son los que arreglan el mundo
matando gente por cadenas de wassup,
decretando reorganizaciones territoriales y soltando el popular: “no creo”,
cuando haces algún comentario de sentido común.
Los premiados: son los que llegaron a esa comunidad
residencial producto de un matrimonio por conveniencia, por herencia de
alquilado –se murió el vecino solitario que comentábamos arriba- o simplemente
consiguieron la llave maestra y con la mejor sonrisa, al estilo Talentoso Mr.
Ripley, se convierten en el copycat del inquilino, descompuesto en el closet
del apartamento.
Los originarios: son los que ya están del color de los
ladrillos más rufiados de las áreas comunes. Lo saben todo, no dudan de nada,
seguro te han pedido algo. Muchos deben más renta –en este caso, condominio-
que Don Ramón y cuando se mueren, misteriosamente, abandonan el mundo de los
vivos, aparecen convertidos en grafiti o mural de dudosa estética neo piedrera.
Los atmosféricos: son los que en el ascensor -sin
ventilador- dicen que tienen frío y durante las ventoleras tormentosas, dicen
que hace mucho calor. Son mejores que un
reporte de Weather.com, pero eso sí, no los invites a que inflen un globo de
fiesta infantil, porque no soportan la presión.
Los “mafia hebilla”: son los que llevan y traen bultos de
comida. Por casualidades de la vida, son los únicos que no han rebajado en el
periodo entendido como “el Holodomor criollo” y los reconoces porque la hebilla
de su cinturón combina con las platinas de sus carros setenteros de 8
cilindros. Sus mejores amigos son unos extraños motorizados, quienes
casualmente, cambian de humor y recuperan lo que invirtieron cuando se ponen un
pasamontañas en el rostro.
En fin, y ya para terminar. Váyase o quédese, quéjese o
no. Esa es su decisión. Sepa que el único regalo que le vamos a dejar los
venezolanos al mundo, en esta diáspora miserable, es enseñarle a los
extranjeros que se bebe, no para rascarse, sino para estar prendido.
@ortegabrothers
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