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Leyendas del mar: Isla de Liajof
Más allá de Dublín está el Cabo Norte. Los cristianos de entonces le decían a esas islas frías: “la tierra de Francisco José”. Navegantes de todo el mundo se complacían imaginando un puente secreto y directo al estrecho de Bering. Una especie de portal que acelerara el tiempo entre el Mar de Kara y el fusco Mar de Laptev. El submarino nuclear Kolima, no había sido presentado a la prensa. Su existencia dependía de su anonimato y su tripulación estaba entrenada de tal manera, que si algo llegara a fallar, sus historias personales alternativas, irían de la mano de una vida civil y pesquera.
Once semanas bajo el fondo marino pueden resultar exageradas e insoportables para quienes carecen del entrenamiento. Desde antes de zarpar se acordó que durante las maniobras sólo se saldría a la superficie de noche y tres veces por mes, en ciclos al azar. Los turnos para los tripulantes al aire libre serían escogidos, tanto por suerte, como por mérito. Una vez por semana, a partir de grupos sugeridos por sus supervisores inmediatos, y una vez por suertes, entre las partidas que hayan salido menos favorecidas.
El recreo matemático está dentro del alma rusa, al igual que el ajedrez… y el baile… y la música, así que estar afuera también era una tarea difícil. El silencio era primordial, una vez se estuviera sobre la plataforma del submarino. Se caminaba en silencio, se respiraba en silencio, y demás está decir, que se congelaban en silencio. En la noche de la semana once, tres oficiales, seis marineros y dos observadores civiles estiraban sus piernas de proa a popa cuando el mar comenzó a variar de tonos.
Cerca de Liajof el aire comenzó a calentarse misteriosamente. El frío dio paso a una agradable brisa con una altísima peste a yodo. Las cámaras fotográficas se trabaron, al igual que las comunicaciones al puente. De pronto un chorro lanzó una luminaria de peces muertos que cambiaban de acento, mientras se elevaban y caían. La fuerza que los catapultaba los regurgitaba con un ruido ensordecedor. Una aleta rozaba juguetonamente con el submarino, haciendo que todo se moviera dentro y fuera de él. Sólo dos tripulantes pudieron asirse a las rejillas. La compuerta no podía cerrarse y el agua hacía su propia ruta hasta lo más profundo del largo artefacto metálico. El animal, cuyas dimensiones insulares jamás se pudieron detallar a ciencia cierta, cesó en su travesura, pensando que aquella cáscara no merecía más su atención
Corte.- Job23:58.-
1 comment:
arrechisimo!!!
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