Los cuentos de la abuelita Celis: el señor que hablaba por hablar
MARIELA:
Muy buenas tengan todos mis pitoquitos…hoy, les voy a contar el cuento del señor que hablaba por hablar…
A este señor, cuando le preguntaban en la calle ¿usted sabe de plomería? Él respondía: “sí, yo armo y desarmo tubos, hasta con los ojos cerrados”. Cuando le preguntaban sí sabía de magia, el contaba ufanado que: “una vez desapareció dos elefantes con un pañuelo y un abracadabra”.
Un día, una señora le pidió el favor de cuidarle una guacamaya, y el señor que hablaba por hablar le dijo: “con gusto, yo manejo su idioma, y hasta he sido guardaespaldas de estos plumíferos reales”.
Las primeras horas transcurrieron sin problema, pero, en eso, un gato entró en la habitación, se subió por una ventana, le dio un zarpazo a la jaula y ¡ñácata!, se tragó al pajarraco.
De nada le valió al señor negociar con el minino, tampoco resultó útil ofrecerle el ratón de una computadora.
Al fondo, unas llaves sonaban, una puerta se abría y la doña propietaria del ave entraba hasta la sala.
Por fortuna, nunca se dio cuenta de la ausencia del pajarito vistoso, ni tampoco extrañó a su cuidador. Eso sí, sólo hubo una simple novedad: desde ese día, el señor que hablaba por hablar vive apretado e incómodo, dentro de una jaula, comiendo alpiste y envuelto en un trapo de colores.
Muy buenas tengan todos mis pitoquitos…hoy, les voy a contar el cuento del señor que hablaba por hablar…
A este señor, cuando le preguntaban en la calle ¿usted sabe de plomería? Él respondía: “sí, yo armo y desarmo tubos, hasta con los ojos cerrados”. Cuando le preguntaban sí sabía de magia, el contaba ufanado que: “una vez desapareció dos elefantes con un pañuelo y un abracadabra”.
Un día, una señora le pidió el favor de cuidarle una guacamaya, y el señor que hablaba por hablar le dijo: “con gusto, yo manejo su idioma, y hasta he sido guardaespaldas de estos plumíferos reales”.
Las primeras horas transcurrieron sin problema, pero, en eso, un gato entró en la habitación, se subió por una ventana, le dio un zarpazo a la jaula y ¡ñácata!, se tragó al pajarraco.
De nada le valió al señor negociar con el minino, tampoco resultó útil ofrecerle el ratón de una computadora.
Al fondo, unas llaves sonaban, una puerta se abría y la doña propietaria del ave entraba hasta la sala.
Por fortuna, nunca se dio cuenta de la ausencia del pajarito vistoso, ni tampoco extrañó a su cuidador. Eso sí, sólo hubo una simple novedad: desde ese día, el señor que hablaba por hablar vive apretado e incómodo, dentro de una jaula, comiendo alpiste y envuelto en un trapo de colores.
Y este cuento, aunque parezca raro, se lo cuento yo a ustedes, como a mí me lo han contado.
1 comment:
Q risa Mariela!!!
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