Diario de un jodedor: Pegando Mesas...

Pegando Mesas

Joaquín Ortega

Desde el fondo de mis prejuicios les digo: yo creo que jamás podrán estar en la misma oración las palabras “pistola y diálogo”. Eso, sólo ocurre en los Mexican Standoff, bajo la luz rebotada -contra atléticos actores-, sostenida por manos experimentadas, y cuyos cuerpos guindan de cables y poleas ocultas -merced al cine de John Woo- muy dentro de ese orbe, propiedad de los sopores de Chow Yun Fat. Por eso, es que pienso que una foto de graduación, observada detenidamente, revela la indiscutible conjunción de una envidia menguada, muy mal tapada.

Todo el mundo se quiere al principio de la carrera, de hecho es natural que la gente se tenga un poco de aprecio y solidaridad -más allá de las competencias balurdas de notas y el tumbe indiscriminado de novios- al ser, todos nuevos en el sitio donde estudias. De por sí, las inducciones nunca son suficientes y es más probable que el panita que te haga el tour por la universidad sea un político buscando un voto, que un súper cuate del alma, tipo Marcelo, el carnal de Tin Tan. ¿Por cierto, han notado la altísima rotación erótica de las nuevas generaciones en los primeros semestres, es la propia endogamia “nerdcucha”, esto es, jevas híper pollas que menean ese rabo no bien le montan un reguetón y que cambian de novio como de pin sale un conspirador-

En fin, lo peor de la amistad del primer semestre es el ritual de acompañamiento constante. Nadie se abandona ni un segundo: salen del salón, van al cafetín, se dibujan caritas felices en los horarios, discuten las cretinadas del profesor alcoholizado de “introducción a cualquier vaina”, se cuidan la puerta del baño, se huelen los peítos, se van en cambote al carro, al carrito o al metro. Parecen la sombra terapéutica de un merenguero en rehab.

En acción, son como una caballada de doble pescuezo más morral, que nunca encuentra sosiego a menos que estén pegando mesas. Sus noches, días y eternidades -post sueños húmedos- se les van pensando en intercambios de regalos, cartas de amor por Internet, emoticones de punta que vayan más allá del “.gif” y la necesidad de comprarle saldo al celular. De grandes, estos bacilos de Gustavo Pierralt gastarán sus míseros minutos y peniques al almuerzo, regateando basura de escritorio –lease gadgets de cuarta y papiroflexia homosexual secada con laca- Para ellos, el amigo secreto se volverá la mejor concha para esconder la brujería inútil, que lo único con lo que finaliza es con la cordura de quien la envía.

Yo entiendo los rituales de paso, por eso St Elmo´s Fire, The Breakfast Club, Fast Times At Richmond High, High School Musical y los cuarenta mil largos sobre colegios, universidades, drogas y rock and roll, siguen siendo materia obligada en nuestros divertimentos -¡hasta la saga del maguito Potter nos ha recordado y enseñado cómo se lidia con el crecimiento, no solamente en el sentido metafórico- pero lo que no concibo, es la fijación con la recostadera sudada… la lambucería de merienda. Tal vez, lo más infecto sean las fotos en grupo -que terminarán en ese nido de chismes que es Facebook- Allí, empezarán los anónimos y las navajadas frías, entre fiesta y fiesta, para demostrar una vez más que la amistad femenina es algo tan imaginario como el pájaro Roc.

Al final toda esa etapa lo que hace es permitirte tragar en un futuro, el momento del trabajo en la oficina. Si durante el segundo mes logras cierta tensión simpática, ya para el segundo, la fracasada con quince años en el mismo cargo, te ocultará la cara con odio, detrás del cubículo, masticando su sándwich preparado al silencio matutino de su abuso intrafamiliar.

Parafraseando a Armando Coll, ahora toda nuestra atención se comparte entre “el facebookismo y la blackberryzación”. Tal vez, la adicción al aplauso y al jalabolismo, es lo que nos ha hecho cambiar de geografía y hayamos decidido cambiar aquella esquina de Bárcenas a Rio, por un mail que diga “Modofoco quiere ser tu amigo”.

Consultorio

P: Querido Joaquín soy una joven promesa de la actuación venezolana, que al írsele cerrando las puertas de las televisión abierta ha tenido que incursionar en el mundo de las aerolíneas venezolano-iraníes. El asunto que me preocupa, y por el cual te escribo es el siguiente: a veces parte de mi trabajo en la aeronave es darle masajes a los persas estos que vienen full de billetes y se llevan unos tubitos verdes color Hulk. El problema es que últimamente ya ni me provoca atenderlos, porque cada vez que les bailo, sólo quieren ponerme dinerito en la lingerie y eso me degrada. Yo creo que si estoy joven, bella y sana, lo menos que pueden hacer esos Abdulah es exigirme algún tipo de posición, razonablemente erótica sin ese batolero de por medio. Y es que, como te decía, esto está afectando mi autoestima y me siento como en aquella época cuando la jefa de casting de la agencia de modelaje era un ex soldado, con voz de gaiterito y pelotitas de MUM por criadillas. ¡Porfa help me mi gurú del amor sin celular! ¿Qué hago para que me exijan ser mujer mis pasajeros de turbante y AT4 en la lonchera? Esperando respuesta, Nirely: la chica de San Antonio, la del Optra que olía a incienso.

R: Querida ex novia de atrilero de la banda Poker. Si bien, tu atractivo latino, no debe ser el más buscado entre esos terroristas. Te sugiero que provoques una crisis internacional dentro de tu avión: una vez que estén a 3000 pies de altura, di que se pongan la mascarilla por una supuesta descompresión. Una vez que la tengan puesta, envenénale la narguilla con un buen material de la farfolla que seguro le metes a tus “tortillas ecológicas”. Una vez que le hayan dado la segunda rondalla a la pipa, sal disfrazada de la burriquita. Lo más seguro es que percibiéndote como una equina recuerden a su primer amor -la camella Mella- y te den la atención que tanto te mereces. Ten cuidado, que después no vayan a querer que bajes tu las maletas a puro lomo.